El misionero zamorano Pedro Rosón nos da su testimonio de valentía para afrontar su vocación misionera. "Aquí estoy Señor, envíame a mi"
Como
en casi en todas las vocaciones uno la va descubriendo a través de los signos
con los cuales Dios te va hablando. Yo no fui derribado del caballo como Pablo,
sino que lo fui descubriendo como Elías en la suave brisa de los atardeceres de
la vida en los que Dios se manifestaba durante los años de seminario.
Sí que
una tarde hubo una llamada a la misión en la que un sacerdote de mi pueblo,
yendo en el coche con él, me dijo: “hay una parroquia en Uruguay que se queda
vacía, ¿por qué no te animas a ir?” La llamada me golpeó y ahí empecé a dar
pasos para una posible respuesta.
Las
campañas de Manos Unidas me iban también urgiendo y exigiendo una respuesta.
Era fácil enviar dinero, ropa, … ¿por qué no personas? Los años en que estuve
en la Parroquia de la Natividad, fueron también un tiempo de maduración de esta
llamada. Siempre me dolió el hambre en el mundo.
Una
tarde tomé la decisión de decir como Isaías: “Aquí estoy, Señor, envíame a mi”,
meditando la parábola del Samaritano. Pero en esta decisión hubo un cambio, en
vez de ir a Uruguay me fui a Perú, donde estaban tres sacerdotes de la región
del Duero iniciando una misión rural en una zona desértica.
Esta
vocación misionera ha ido perfilándose y adquiriendo nuevas modalidades, dando
respuesta a diversas llamadas y realizándose en diversas tareas, con intervalos
en tiempos de servicio aquí en la Diócesis: San José Obrero, Aliste, La
Guareña.
He
vivido la misión en Perú con unos comienzos duros, en zona de desierto en
Piura; después con 90 pueblos en la Cordillera de los Andes en Amazonas, a pie
y a lomos de mula, con verdes parajes y siempre con mochila al hombro. Tuve una
etapa muy rica humanamente en la Clínica de los Hermanos de San Juan de Dios,
en Arequipa, con 80 niños discapacitados físicos y psíquicos de la Sierra
Andina. Ahora, en esta última etapa en una misión, quizás la más dura, de vivir
en un Asilo con más de 100 personas recogidas de la calle, traídas por la
policía ó enviados por los hospitales donde han sido dados de alta pero que
nadie los va a recoger; muchos sin nombre ni apellidos.
En
todas estas tareas me he sentido misionero: unas llevando la palabra de Dios,
con un servicio más pastoral-sacramental; en otras prestando un servicio
humilde donde las manos, la presencia y la cercanía eran el medio de curar las
heridas del cuerpo y del alma, con el esfuerzo de darles la dignidad perdida en
los márgenes de la vida. Hoy en el Asilo es un tiempo
de vivir el Jueves Santo diariamente donde Eucaristía y Lavatorio de los Pies
es la vivencia misionera diaria.
Mirando
con la perspectiva de 34 años desde los comienzos de la misión veo que el hacer
ha ido perfilando el ser, y que estos años vividos en la misión, en sus
diversas etapas ha ido tallando, unas veces a golpes de hacha y otras con
retoques suaves de buril la figura del misionero, y al Pedro que hoy soy y el
cómo soy.
En
todas estas tareas ha habido que ser valiente, arriesgado y dar un salto en el
vacío, en mi caso Oceánico; confiado en el Dios que me enviaba y acompañado de
las comunidades de donde partía; siempre me he sentido diocesano, nunca un
Quijote solitario.
Pedro
Rosón Martín.