Desde pequeña tenía claro que ser misionera de las Hijas de la Caridad era mi vocación, la que Dios quería para mi.
Mi nombre es Mª Dolores Pascual
Alonso, tengo 86 años y nací en Carrascal, actualmente estoy de misionera en la
República Dominicana, y he venido a España a pasar dos meses de vacaciones con
mi familia.
Mi vocación surgió de ver el hambre y la pobreza que generó la
guerra civil en España. En Zamora me acercaba al hospicio, que estaba situado
en la Plaza de Viriato. Iba allí como voluntaria y veía como las Hijas de la Caridad
atendían a personas mutiladas por las heridas de la guerra, a niños huérfanos,
en esos momentos sentí como Dios que me
invitaba a seguir a las Hijas de la Caridad y no quedarme indiferente.
Me fui a Burgos para formarme
como maestra en educación infantil y en el año 1954 comencé con mis votos como
religiosa de las Hijas de la Caridad. Estuve en Valencia 4 años recibiendo
formación.
En 1958 tenía claro que quería
ser misionera y viajé a Santo Domingo donde he estado hasta la actualidad. Me
fui de España sin decirle a mis padres que sería misionera, no podía despedirme
de ellos, porque en aquella época, quién se marchaba no volvía a España. Sin
embargo si pude despedirme de mis hermanos que entendieron mi vocación. Durante
11 años no pude regresar, el pasaje costaba mucho dinero y las necesidades en
República Dominicana eran muchas.
En estos 46 años, he trabajado en
la Escuela Pública de Santo Domingo de manera gratuita enseñando a niños de
infantil y bachillerato. Por la noche, cuando ya no trabajaba podía ir a la Universidad
para seguir mi formación.
Siempre he trabajado al lado de
los pobres, hemos construido casas, escuelas, iglesias, etc. Gracias a la generosidad económica de las personas.
Construíamos las cosas en cooperativas, todos ayudamos a todos, para que
tengamos lo mismo.
Estuve trabajando un tiempo en la
“Casa Rosada” para ayudar a los niños que tienen Sida. Cuando estos niños nacen
sus familias los abandonan en los hospitales o en la calle, no los quieren,
están enfermos. Nosotras cuidábamos de ellos e intentábamos volver a localizar
a sus familias para que atendieran sus responsabilidades, pero muy pocas veces
lo conseguíamos. Estos niños salían adelante gracias a las becas que se
conseguían de padrinos, pero desgraciadamente no siempre había para todos.
Actualmente estoy trabajando en
la zona que llamamos El Puerto. Es una zona muy pobre que no tiene comunicación
con el exterior, no recibimos correspondencia, no hay teléfono, no llega el
periódico… Sin embargo tenemos una escuela para dar formación a los niños y un
centro médico con un programa psiquiátrico. Me encargo personalmente de ir a
visitar a los enfermos y comprobar que les llegan las medicinas. Contamos con
una excelente médico, que también fue alumna mía cuando era pequeña.
En Septiembre volveré a República
Dominicana, hasta que Dios quiera. Cada vez que me voy siento una alegría
inmensa por poder continuar con mi misión con los pobres. Son muchísimas las
necesidades que tenemos, económicas, médicas, educativas, viviendas, etc.
Agradezco a todas las personas que en algún momento han colaborado con los
misioneros y nos han ayudado a realizar proyectos.
Ser misionera es aceptar la llamada
de Dios, fiarse de él y ser valiente en nuestra elección. Yo lo fui en una
época difícil en España y siempre he sentido el amor de Dios. Os animo a que
todas aquellas personas que sientan la llamada de la misión, se atrevan a coger
su maleta y marcharse. Los principios nunca son fáciles y a lo largo del camino
hay muchísimas dificultades, pero ver que la gente prospera a una vida mejor lo
compensa todo.