jueves, 20 de julio de 2017

Ser misionera te cambia la forma de ver el mundo

Desde pequeña tenía claro que ser misionera de las Hijas de la Caridad era mi vocación, la que Dios quería para mi. 

Mi nombre es Mª Dolores Pascual Alonso, tengo 86 años y nací en Carrascal, actualmente estoy de misionera en la República Dominicana, y he venido a España a pasar dos meses de vacaciones con mi familia.

Mi vocación surgió  de ver el hambre y la pobreza que generó la guerra civil en España. En Zamora me acercaba al hospicio, que estaba situado en la Plaza de Viriato. Iba allí como voluntaria y veía como las Hijas de la Caridad atendían a personas mutiladas por las heridas de la guerra, a niños huérfanos, en esos momentos sentí como  Dios que me invitaba a seguir a las Hijas de la Caridad y no quedarme indiferente.

Me fui a Burgos para formarme como maestra en educación infantil y en el año 1954 comencé con mis votos como religiosa de las Hijas de la Caridad. Estuve en Valencia 4 años recibiendo formación.
En 1958 tenía claro que quería ser misionera y viajé a Santo Domingo donde he estado hasta la actualidad. Me fui de España sin decirle a mis padres que sería misionera, no podía despedirme de ellos, porque en aquella época, quién se marchaba no volvía a España. Sin embargo si pude despedirme de mis hermanos que entendieron mi vocación. Durante 11 años no pude regresar, el pasaje costaba mucho dinero y las necesidades en República Dominicana eran muchas.
En estos 46 años, he trabajado en la Escuela Pública de Santo Domingo de manera gratuita enseñando a niños de infantil y bachillerato. Por la noche, cuando ya no trabajaba podía ir a la Universidad para seguir mi formación.

Siempre he trabajado al lado de los pobres, hemos construido casas, escuelas, iglesias, etc.  Gracias a la generosidad económica de  las personas.  Construíamos las cosas en cooperativas, todos ayudamos a todos, para que tengamos lo mismo.

Estuve trabajando un tiempo en la “Casa Rosada” para ayudar a los niños que tienen Sida. Cuando estos niños nacen sus familias los abandonan en los hospitales o en la calle, no los quieren, están enfermos. Nosotras cuidábamos de ellos e intentábamos volver a localizar a sus familias para que atendieran sus responsabilidades, pero muy pocas veces lo conseguíamos. Estos niños salían adelante gracias a las becas que se conseguían de padrinos, pero desgraciadamente no siempre había para todos.

Actualmente estoy trabajando en la zona que llamamos El Puerto. Es una zona muy pobre que no tiene comunicación con el exterior, no recibimos correspondencia, no hay teléfono, no llega el periódico… Sin embargo tenemos una escuela para dar formación a los niños y un centro médico con un programa psiquiátrico. Me encargo personalmente de ir a visitar a los enfermos y comprobar que les llegan las medicinas. Contamos con una excelente médico, que también fue alumna mía cuando era pequeña.

En Septiembre volveré a República Dominicana, hasta que Dios quiera. Cada vez que me voy siento una alegría inmensa por poder continuar con mi misión con los pobres. Son muchísimas las necesidades que tenemos, económicas, médicas, educativas, viviendas, etc. Agradezco a todas las personas que en algún momento han colaborado con los misioneros y nos han ayudado a realizar proyectos.


Ser misionera es aceptar la llamada de Dios, fiarse de él y ser valiente en nuestra elección. Yo lo fui en una época difícil en España y siempre he sentido el amor de Dios. Os animo a que todas aquellas personas que sientan la llamada de la misión, se atrevan a coger su maleta y marcharse. Los principios nunca son fáciles y a lo largo del camino hay muchísimas dificultades, pero ver que la gente prospera a una vida mejor lo compensa todo.