martes, 18 de octubre de 2016

Soñaba con ser misionera

La misionera zamorana Hna María de las Mercedes Menéndez Puertas, da su testimonio para el Domund 2016

Como Abraham, para mí, fue escuchar una llamada y responder sin   demora, tomar mi vida y ponerla en las manos de Dios para ir allí donde El me había indicado. Fue optar por lo que era más valioso y no mirar atrás, siempre ir adelante, encontrarme con otra forma de pensar y de vivir, ser extrajera en tierra extraña y aprender a ser hermana y compañera de la vida y de la fe de mis hermanos a los que yo había sido enviada. No tener expectativas, acoger y agradecer, entregarme sin medida. Fue morir muchas veces, para encontrar la vida y dar vida. Descalzar los pies pues pisaba tierra sagrada.  
    
Salir de la tierra para llevar a Jesús, en mi caso a las personas con enfermedad mental en situación de gran vulnerabilidad pues la mayoría son rechazadas por la sociedad y esto no es nada fácil y, en nombre de Jesús, devolverles la dignidad perdida.
En medio del camino situaciones de cruz, de incomprensión y muchas veces envuelta en el fracaso y en un continuo volver a comenzar. Aprender otras lenguas, vivir y convivir con hermanos y hermanas de otras religiones y otras culturas. En muchas ocasiones aferrarnos a la fe que nos permite seguir adelante. Solo en el encuentro profundo con Aquel que llena por completo nuestra vida.  


 Desde muy niña siempre soñaba con ser misionera, ir a tierras lejanas para  llevar a Jesús, ayudar a las personas que necesitaban ayuda y  no conocían al dueño de la Vida. A la edad de 18 años tome la decisión de ingresar en la Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, que dedican su vida al cuidado, rehabilitación y resocialización de las personas con enfermedad mental. Durante algunos años trabaje en el Hospital Psiquiátrico de Palencia, en los que fui muy feliz en medio de dificultades y caminos de crecimiento personal y vocacional. Mi “amazonas” eran aquellas hermanas mías con enfermedad metal, las cuales me revelaban constantemente el rostro de Jesús sufriente y me hablaban de una manera diferente de entender la vida y el Evangelio. Un día recibí la gran noticia de mi traslado a Colombia, un País que solo conocía por las noticias  que hablaban de violencia. Eso no impidió que yo me sintiera agraciada con este envió  y a la vez con cierto temor a lo desconocido, cuando tan solo tenía 24 años. En ese País transcurrieron 13 años de mi existencia que cambiaron por completo mi vida y mi experiencia de fe, conocí una nueva cultura, una manera diferente de vivir y de enfrentarse a las adversidades de la vida y de sonreír en medio de la violencia a la que cada día nos enfrentábamos y a la dificultad de anunciar a Jesús. Aprendí a ser más pobre, más sencilla… al contacto con la gente pobre de las veredas, las enfermas que llegaban a nuestro centro… Todo me invitaba a dar gracias por haber sido agraciada en salir de mi tierra, dejar lo que yo conocía y amaba para ir a un lugar que no conocía pero que me acogió y me     enseño a vivir, no todo fue fácil, hubo momentos de soledad, de muerte, de recomenzar… Pero ahí estaba la llamada, el envió… La presencia permanente del Señor por el Único que yo lo había dejado todo y lo seguiré dejando.  

 Ahora, de nuevo, estoy en otra tierra, en otra cultura, con otra gente, con otras religiones… Hace doce años que fui enviada a la India; por dos veces he salido de mi tierra, de lo conocido para descubrir que Jesús esta en todo lugar, en el corazón de cada persona, en cada cultura y que merece la pena seguir anunciándole, vivir en constante salida para que otros se encuentren con El.
Como decía anteriormente esto no es fácil, ser misionero implica ser consciente, en cada momento, que hay que dar la vida, que no tienes donde reclinar la cabeza porque siempre estás en camino, eres un pelegrino.
Salir de nuestra tierra para abrazar el Don de Dios  que se nos regala en el encuentro sereno con los otros que son “ diferentes” y sin embargo hermanos y compañeros de la vida.
Doy inmensas gracias a Dios que me llamo y me envió a tierras lejanas y me da la fuerza y la alegría para continuar anunciando su mensaje de Amor y esperanza aun en circunstancias adversas.

Desde mi experiencia invito a los jóvenes y a todos aquellos que acogen la llamada para que no tengan miedo y salgan al encuentro de los hermanos y se abran a un mundo lleno de belleza aun en tiempos de persecución.  Merece la pena.
Hna María de las Mercedes Menéndez Puertas 
Hospitalaria del Sagrado Corazón de Jesús. Misionera del mundo